miércoles, 6 de noviembre de 2013

En la memoria litúrgica de los Mártires de España del siglo XX

El 6 de Noviembre, la Iglesia de España celebra la Memoria obligatoria de los Mártires del siglo XX, esta celebración fue la votiva que nuestro párroco, don Ignacio, escogió para su primera misa tras su ordenación sacerdotal, Santa Misa celebrada en Castro del Río (Córdoba). Transcribimos la homilía de aquel día, respetando el estilo oral de la misma:
Reverendos hermanos en el sacerdocio, queridos seminaristas mayores y menores, levitas, queridas hermanas Hospitalarias. Hermanos todos en Nuestro Señor Jesucristo.

El papa Pablo VI escribió que “el hombre contemporáneo escucha mas a gusto a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros es porque son testigos” (Evangelii nuntiandi) y añadió “El mundo tiene necesidad de testigos mas que de maestros”.

San Pablo en su carta a los Gálatas dice  que “Dios tuvo a bien revelar  en mi a su hijo Jesucristo, para que lo anunciase entre los gentiles".  Comenta el beato Juan Pablo II, que San Pablo no dice “revelado a mi”, sino Cristo revelado “en mi”. Es decir que tras la conversión de San Pablo, tras su encuentro con el resucitado en la camino de Damasco, este se convierte, el mismo, en Revelación de Jesús, hasta el punto de poder decir “ya no soy yo, sino que es Cristo quien vive en mi”. Es un TESTIGO vivo de Cristo y como tal murió MÁRTIR pocos años después, testimoniando con su vida la Verdad del Evangelio y de la resurrección del Señor.

Toda su vida, todo lo que hace, dice y piensa, su cuerpo, su mente, su corazón y su alma se convierten en revelación de Jesús al mundo. Este es el misterio sublime de toda vocación, no sólo de San Pablo sino de todo cristiano, de cada uno de nosotros y con mucha más intensidad de todo Sacerdote. Ser revelación de Jesús, del amor de Dios al mundo, ser Testigos de Jesucristo, de su misericordia en el mundo, porque como decía Pablo VI, nuestro siglo sólo se convertirá  por los Testigos. Los  que testimonian  con su vida, con su manera de vivir: que Dios existe, que Jesús ha resucitado, que Dios es Amor y amor total de Verdad, amor que perdona y se entrega por el amado, por el hombre. Que el amor es más fuerte que la muerte y más valioso que la propia vida. Que vale la pena entregar la vida entera para ganar este amor.

Y esta, queridos hermanos, es la lección de los Mártires, porque mártir significa literalmente, en griego, Testigo. Los Mártires son los Testigos por excelencia. Los que han entregado su vida y su sangre en testimonio de Cristo. Para ser maestro y testigo hay que haber experimentado y profundizado en primera persona el Amor de Dios, que transforma la vida, y por el que vale la pena sacrificarlo todo, incluso la vida misma, porque es el verdadero tesoro, la perla escondida del Evangelio. Porque Dios existe. Darlo todo para conquistar al TODO.

Por eso queridos hermanos, he querido celebrar esta primera misa con el color rojo de los Mártires y de los Testigos, como Cristo que entregó su sangre y como San Ignacio de Antioquía, un mártir del siglo II, Obispo de Antioquía y Padre de la Iglesia, y que lleva mi propio nombre. San Ignacio escribió antes de su martirio devorado por los leones:

Pan de trigo de Dios, molido por los dientes de las fieras y convertido en pan puro de Cristo

Es decir, convertido en EUCARISTÍA, para ser masticado como Cristo. San Ignacio fue el el primero en usar la palabra Eucaristía para referirse al Santísimo Sacramento. ¿Puede ser otro el ideal de un Sacerdote, llamado a configurarse con Cristo?, sino convertirse en pan para sus hermanos, EUCARISTIZARSE, EL que es llamado a consagrar el Pan del Cielo.

La palabra “Ignacio” viene de “ignis” que significa FUEGO. El corazón de San Ignacio era un fuego ardiente de amor por Cristo. Decía que Cristo está en el pecho de los cristianos. Y este, y no otro, es el ideal de todo Sacerdote y Testigo: Ser fuego de Cristo, llevar a Cristo en el pecho, y en el corazón. Ser pura transparencia del amor de Dios por los hombres.

Y esto, queridos hermanos, es lo que nos enseñan los MÁRTIRES de todos los tiempos y por eso he querido celebrar hoy en esta primera Misa, una Misa de Mártires, de los más recientes de nuestra historia, los Mártires españoles de la persecución religiosa del siglo XX, porque ellos nos legaron con su sangre y testimonio el ejemplo a seguir: Que por Cristo vale la pena dar la vida entera.
Los tiempos que corremos, son tiempos recios y difíciles para los cristianos, en un tiempo en que parece que estamos de vuelta de todo, que los sabemos todo y que ya no nos conmueve nada. Son tiempos de TESTIMONIO valiente y decidido del Amor de Dios. Hoy más que nunca los cristianos debemos tener en nuestra mente y en nuestro corazón el ejemplo de los Mártires. Que ellos nos ayuden y protejan en este tiempo y a ellos encomiendo mi ministerio sacerdotal.

En el Nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo.

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