lunes, 20 de enero de 2014

Adoración Eucarística para jóvenes

El pasado sábado, tuvimos en la Parroquia una hora de Adoración Eucarística para jóvenes, con el fin de iniciar a los más pequeños en el gran tesoro de la Adoración, fuente de innumerables Gracias, camino de santidad y progreso espiritual.
Tras una introducción de don Ignacio, donde habló del sentido de la Adoración ,se expuso el Santísimo, intercalándose cantos, meditaciones, oraciones y el silencio para la oración personal.
"El verdadero conocimiento del amor de Dios es sólo posible en la oración humilde, de generosa disponibilidad. La mirada fija en su costado. traspasado por la lanza, se vuelve silenciosa adoración”. Esa contemplación adorante nos permite confiar en el amor misericordioso y salvador de Dios y nos fortalece y nos hace partícipes en la obra de salvación…” (Benedicto XVI)
Fijémonos que la primera pregunta de la mujer samaritana, apenas intuye que está ante un gran hombre de Dios, quizás el mismo Mesías, es acerca de la adoración. Esa es la relación primera, espontánea, innata ante Dios. En aquel pasaje del evangelio de Juan, Jesús responde a la samaritana que no se adorará más en el templo sino que llega la Hora de adorar en espíritu y en verdad. Ya no más el templo de Jerusalén ni ningún otro donde haya sacrificios de animales, que no pueden justificarnos ni salvarnos.
Cristo, su Cuerpo, es el nuevo templo que ha de ser destruido y reconstruido al tercer día y quedará para siempre. Es la Eucaristía que había nacido el día antes que su Corazón fuera abierto por la lanza, rasgando el velo del templo de arriba abajo porque Dios no era ya un Dios inaccesible sino que se develaba (quitaba el velo) para mostrarse en Jesús de Nazaret en la cruz que luego resucitaría. Nacía el nuevo culto de adoración verdaderamente donde Dios está presente, en la Eucaristía, culto espiritual por excelencia.
“La adoración no es un lujo”. No, no lo es. “Es una prioridad”. Es lo primero, lo que no debemos dejar nunca de lado, lo necesario, lo que no nos ha de ser quitado. (Benedicto XVI)

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